Haremos institución de la ceguera si seguimos abrazando la miopía. Ningún país tiene derecho a minimizar su consciencia sobre la fatalidad. Frente a cada escenario trágico, admitimos que el desastre cuente con dos lecturas diametralmente opuestas. La relativización siempre ha hecho casa de la indiferencia. El éxito del discurso fácil abandona la desgracia, a través de la aceptación de códigos que lo blindan del escándalo.
El gobierno mexicano pervierte incluso su propia dicotomía; en aquel mundo de blancos y negros, a lo negro le ve blanco si grita oscuridad. Rebasada ampliamente la centena de millar de muertos por la enfermedad, tampoco le resulta difícil mostrarse inmune a los más de ochenta mil que, según la actualización de hace unos días, siguen desaparecidos. Es inmune a la casa incendiada en Celaya, al asesinado en Juárez, a los nuevos muertos en Oaxaca, a los nueve ejecutados en un velorio.
Al simular que la violencia es pasado, la retórica del oxímoron puede ocuparse de justificar el gasto en beisbol.
El disimulo busca confundir el papel del Estado, de la democracia y de la ley. Sufragio más instituciones equivale a democracia, salvo en la óptica de Palacio. Sin respeto por la palabra queda el desprecio por el diálogo y, por ende, por la política.
Hablar de lo que no importa jamás representa adecuar realidades, exhibe la falta de convicciones con la capacidad de jerarquizarse entre sí.La oposición tradicional se refleja en el mismo espejo.
Corrupción, violencia, inequidad, falta de cultura democrática, relativización de la ley y saldos de la pandemia; lo que se antoje nombrar se entrecruza con algún otro aspecto de la lista. Sin embargo, cada mañana, las relaciones entre elementos se separan para evitar la afectación de un vacío mágico. Ante las múltiples causas que originan nuestros problemas, siempre habrá razones para proteger favores.
El rechazo a ley como eje de la convivencia política, la aversión a mecanismos diseñados para evitar posibles malos manejos, las contradicciones familiares en la promesa de punto final hacia la corrupción. Es el desdén a la importancia del discurso lo que le resta realidad, hasta quitarle importancia a la realidad.
@_Maruan